viernes, 4 de febrero de 2011

PARA LA NOSTALGIA: Limitadas

Hubo un tiempo, que se resiste estoicamente a desaparecer, en que el mundo era de tierra y los hombres se bañaban en ella. Confieso haber tenido la suerte de ver ese mundo, hoy agonizante, en los confines sureños de dos provincias más hermanas que rivales.


Fue en precarias pistas de carreras, de Córdoba y Santa Fe, donde mis ojos se llenaron de aquel polvillo que cruzaba los alambrados sin piedad. Esa nube que levantaban los rebeldes derrapes de los autos de las “Limitadas”, como se denominaba a aquellas precursoras categorías. Las había de todo tipo y nombre; primero, asociadas a los modelos de los motores que se podían utilizar. Luego, rebautizadas de acuerdo con las provincias que las cobijaban. Así, la legendaria “Limitada del 29” pasó a ser “Limitada Santafesina” y hasta se dio el lujo de parir a una hermana, la “Limitada Cordobesa”. La “del 27”, luego – si la memoria no me juega una mala pasada – fue la “Fórmula 2 Bonaerense”. No recuerdo los orígenes de la Fórmula Entrerriana, pero sí que grandes volantes se forjaron en sus peñas solidarias, con sus preparadores autodidactas y sus circuitos con curvas demarcadas con neumáticos y banderines de colores.

Recuerdo un mundo de pistas de tierra, con multitudes (no es una exageración) rodeando sus perímetros. Recuerdo osados pilotos, que desafiaban las leyes de gravedad y las más elementales normas de seguridad. Recuerdo espectáculos, donde la victoria no se regalaba pero tampoco podía comprarse a cualquier precio. Recuerdo una época – que mi mente sitúa entre finales de los ‘60, los ‘70 y principios de los ’80 – donde los corredores no se regalaban nada, pero después de la vuelta final se olvidaban de todo y convertían en amistad la transitoria rivalidad.


Son muchos los pilotos, demasiados los autos, excesivos los circuitos que aún deambulan por mis retinas. Sería oneroso e injusto nombrar a algunos y omitir a otros, pero ¿cómo no mencionar la eterna gloria del “Bochi” Guenier, la impactante, promisoria y fugaz irrupción de Raúl Guagliano, la constancia de Santiago Rossi, los derrapes controlados de Andrés Zarich, la trayectoria de Jorge Tettamanzi, el ímpetu del “Colorado” Ramini o la sorpresiva y saludable aparición del “Bicho” Bengoechea?

¿Cómo no hacerle un espacio en la memoria a la última curva de Chañar Ladeado, al circuito corto de Maggiolo – mitad de asfalto y mitad de tierra – o al legendario Colonia Hansen? A este último escenario no tuve la suerte de conocerlo, pero tanto me lo describieron que es como si hubiera estado allí.

¿Cómo olvidar el festival de las Limitadas en Totoras? ¿Cómo no invertir alguna neurona en la memoria del “Popy” Larrauri, proyectado de nuestra tierra voladora al imperturbable pavimento de la Fórmula 1?

 
Augusto "Bochi" Guenier. Antes y ahora, el legendario piloto de Guati siempre sobre un monoposto
Y, por último, ¿cómo olvidar aquella mañana – iluminada por los relatos radiales que yo seguía como un ritual todos los domingos – cuando, en su propia tierra marcosjuarense, Daniel Nebreda les venía pegando una paliza para la historia a todos los monstruos de la Fórmula 2 Nacional? Un palier – me lo confesó hace poco – lo dejó a pie cuando faltaban pocas vueltas para la gloria, pero esa carrera fue la representación de una fulgurante realidad: hasta dónde habían llegado los hombres y las máquinas surgidos de aquellos esplendorosos zonales.

Una brillosa humedad, que proviene de la nostalgia, está limpiando mis ojos. En mi mente, los autos de las Limitadas siguen rugiendo como entonces, en medio de la tierra irrefrenable.

Por suerte, subsisten algunas categorías de monoplazas zonales. Por suerte, el “Bochi” fue declarado inmortal y sigue dando batalla.

Texto de Carlos Marcelo Schachner, Periodista, Río Cuarto (Cba.)